martes, 8 de junio de 2010

Incierto destino.

El cielo estaba siempre gris. Se habían cumplido con creces todos los pronósticos. Habían pasado casi setenta años y ahora toda la evolución se esfumaba. Las zonas costeras habían desaparecido, los acuíferos estaban contaminados, ni siquiera en los países desarrollados había agua potable para toda la población. Muchísimas especies ya no existían, y los culpables de esta situación no iban a ser menos, una ola mundial de calor sin precedentes había arrasado con más de un tercio de la población. Millones de cadáveres eran tirados al mar. Mucha gente se suicidaba al ver que no había solución posible. La Tierra no podía parar de llorar, su llanto era amargo, ácido, tan tóxico que mataba a los propios seres que en ella habitaban. La situación era insostenible.

De repente, Lucía se despertó sobresaltada. Estaba en el coche con sus padres, iban a comer a un restaurante al lado de la playa. Sólo había sido un sueño. Entonces notó un hedor insoportable. Miró a su alrededor, estaba lloviendo. La lluvia caía sobre una descomunal montaña de residuos. Lucía tenía diez años, pero era consciente de lo que estaba pasando.
-No llores, Tierra. Te salvaremos a tiempo.

Esta historia no tiene final, pues sólo lo podemos escribir entre todos/as.
¿A qué esperamos?