Femés, Lanzarote, año 1989.
5 de noviembre:
Eran las doce y media de la mañana y los alumnos de cuarto curso del CEIP “Mararía” se encontraban en la clase de Conocimiento del Medio. Don Ramiro era el profesor de dicha asignatura, era un hombre muy sabio y adoraba la Física y la Filosofía.
Entre los estudiantes era comúnmente llamado Don Romero, debido a que siempre llevaba una rama de romero fresca en su estuche, según él, para ahuyentar a los malos espíritus.
Al entrar en la clase, Don Ramiro dejó su cuaderno de notas y su carpeta en la mesa y dio un golpe en la mesa para callar a los estudiantes, que eran tan bulliciosos como un ferrocarril de vapor pasando a toda máquina por un cementerio. Después de unos segundos, Don Ramiro comenzó la clase lanzando una pregunta aparentemente simple:
-¿Qué es el cielo?
Al escuchar la pregunta, la mayoría de la clase alzó su mano. Al ver que el profesor no daba la palabra a ninguno de los alumnos, éstos comenzaron a agitar sus brazos, en señal de que sabían la respuesta y querían decirla cuanto antes como si les fuese la vida en ello.
Don Ramiro dibujó una escueta sonrisa en su cara y dijo:
-Sé lo que están pensando, pero no, el cielo no es un conjunto de galaxias, con sus estrellas y sus planetas y todo lo demás, porque eso es el universo, y tampoco es el sitio a donde vamos cuando morimos, o quizá sí, pero nunca lo sabremos.
Mientras Don Ramiro continuaba con su explicación, los alumnos iban bajando paulatinamente las manos, observando que el profesor refutaba una a una las teorías que todos tenían acerca del significado de “cielo”.
-Hay muchas creencias sobre lo que es el cielo- continuó el maestro –pero lo cierto es que nunca nos hemos parado a pensar lo importante que es para nosotros, tanto es así que ni siquiera sabemos con exactitud lo que es. El cielo es el origen de nuestra existencia, el telón de fondo más esplendoroso que pueda tener esta obra de teatro llamada “vida”.
Estas palabras dejaron estupefactos a todos los alumnos; de pronto, sintieron una mezcla de fascinación y confusión, puesto que no sabían si tomar al profesor como un loco o comenzar a aplaudirle.
Pero no todos se quedaron sin palabras ante la explicación de Don Ramiro. Airam era el niño que siempre sacaba las mejores notas de clase en Conocimiento del Medio, le encantaban las estrellas y todo lo que tenía que ver con la astronomía.
-Profesor, para mí el cielo es la madre de todo lo que nos rodea, el mundo parece enorme, pero sólo es uno de los hijos del cielo.- Estas palabras de Airam bastaron para que toda la clase comenzara a reírse a carcajadas.
Don Ramiro golpeó la mesa. Simplemente con mirarle se podía apreciar que no le había gustado nada que los alumnos se rieran de la opinión de uno de sus compañeros.
-Tranquilo, Airam, la ignorancia es algo que permite a la gente reírse de la sabiduría, pero esta última siempre es la que nos lleva por el camino correcto.- De pronto, Airam se sintió completamente ignorante, puesto que no había entendido nada de lo que el profesor le había dicho. Don Ramiro observó que Airam se había perdido en alguna parte de las palabras que acababa de decir, por lo que intentó simplificar su explicación. –Verás, lo que quise decir con esas palabras tan extrañas para ti debido a tu edad, es que me ha encantado tu visión de lo que es el cielo.
De pronto, toda la clase miró con envidia a Airam, pues Don Ramiro no solía dedicar halagos de tal calibre a sus alumnos.
-La definición que das del cielo no es errónea, pero quizá se te escape algo más. No pretendo que sepan lo que es el cielo, pues quizá nunca lleguen a descubrirlo, sólo si saben apreciar las cosas importantes de la vida, podrán percatarse de lo que realmente se esconde tras esa imagen del firmamento, una imagen preciosa que esconde algo, sin duda, muchísimo más hermoso aún.-
Airam no sabía qué le pasaba a Don Ramiro ese día, pero de repente parecía estar enamorado del cielo...
Eran las dos de la tarde cuando Airam llegó a su casa. Su madre, al verle totalmente ensimismado, se acercó a él. - ¿Qué tal te fue el día?
Más que una respuesta, Juana, que así se llamaba la madre de Airam, recibió otra pregunta proveniente de su hijo: -Mamá. ¿Qué es el cielo?
La asombrada Juana no sabía qué le pasaba a su hijo ni por qué preguntaba eso, simplemente pensaba que eran cosas de chiquillos, así que le respondió como pudo.
-Hijo mío, el cielo es el lugar donde está tu padre, tu tía y todas las personas que ya no están con nosotros-. La mujer estaba convencida de que esa respuesta había sido suficiente para Airam, pero estaba completamente equivocada.
-Entonces, ¿la escena de papá y de la tía ya acabó?- La cara de Juana se desencajó en cuestión de segundos.
-Airam, ¿te encuentras bien? ¿De qué escena me hablas, hijo?
-Es que don Romero...- Juana no permitió que su hijo continuara, pues nunca permitía que faltase al respeto a los mayores. - ¡Airam! Te he dicho mil veces que tu profesor se llama Don Ramiro porque así le puso su madre. ¿O es que a ti te gustaría que te llamaran con otro nombre que no es el tuyo?
-Perdón, lo que quería decir es que Don Ramiro nos dijo que el cielo es el telón de fondo de una obra de teatro, así que si papá y la tía y toda esa gente que ya no está se fueron al telón de fondo, es porque su escena ya terminó, ¿verdad?
Juana se sintió invadida por una repentina emoción, y es que esas palabras le parecieron las más tiernas e inocentes que había escuchado nunca. De pronto, esa emoción fue más fuerte y Juana se derrumbó.
-Airam, escúchame hijo mío.- dijo Juana, intentando en vano contener las lágrimas. –Tengo que contarte algo, cariño, no quiero que estés mal, ¿vale?
Airam se asustó mucho y comenzó a llorar casi sin darse cuenta.
-¿Qué pasa, mami?
-¿Te acuerdas de aquella vez que fuimos al médico porque estabas muy malito?
Airam asintió con la cabeza.
-Pues mira, hijo, no sé bien cómo decírtelo, pero creo que debo hacerlo aquí y ahora. Resulta que el doctor nos dijo que tienes una enfermedad extraña que todavía no tiene cura conocida, pero tienes que ser fuerte, mamá y papá estamos aquí para ayudarte.
De repente, Airam levantó la vista, la cual había permanecido inmóvil enfocando hacia el suelo durante la conversación.
-¿Me voy a morir?
-No hijo, ¡por Dios! No digas eso. Tú rézales a Dios y a tu padre para que te manden mucha salud y ya verás que te acabas curando.
Airam era simplemente un niño, tenía ocho años, pero sabía perfectamente que nada volvería a ser igual, y entonces comprendió algo que había escuchado a su padre decirle a su madre años atrás.
“Tarde o temprano, todos acabamos en el hoyo”.
Airam reflexionó sobre esa frase y sólo llegó a una conclusión:
“Yo iré más temprano que tarde”.
-Airam, dime algo, hijo.
-Sí, mamá, rezaré todas las noches para ponerme bien.
El niño había decidido seguirle el juego a su madre, pero tenía muy claro que su vida no era como las demás, jamás volvería a serlo...
Al día siguiente, Airam acudió al colegio con una sensación extraña. Tanto alumnos como profesores le miraban con una cara que expresaba una mezcla de compasión y pena, puesto que en Femés las noticias volaban de boca en boca tan rápido como se puede pasar de la tristeza a la alegría o, en el caso de Airam, viceversa.
Al entrar en el aula, Don Ramiro dejó sus cosas en la mesa y durante unos segundos miró fijamente a Airam.
-Pobre chiquillo...- pensó el profesor.
17 de agosto de 1991.
Habían pasado casi dos años desde que Airam conociera su enfermedad. Poco a poco, sus huesos se habían ido debilitando, comenzó a faltar casi a diario al colegio y a frecuentar cada vez más el hospital.
El niño había pasado un mes y medio ingresado, puesto que repentinamente se le habían paralizado las piernas y los dedos de las manos. Todo el entorno de Airam supo que el final se acercaba cuando el doctor permitió que volviese a casa, pese a que su estado no había mejorado, más bien al contrario.
Airam pasó la última fase de la enfermedad en su casa, recibiendo la supervisión y el cuidado de su adorada madre.
Una tarde en la que el sol de verano lucía radiante, Airam susurró llamando desesperadamente a su madre. (Dado su estado, un susurro requería para el niño la fuerza de un alarido).
Cuando Juana entró en la habitación, Airam la miró desde su cama y levantó débilmente su mano temblorosa como señal para que su madre se acercara.
-¿Cómo estás, hijo?- preguntó Juana, conteniendo contra viento y marea su desgarrador impulso por abrazarle y llorar hasta quedar sin lágrimas.
-Estoy contento, mamá.
-¿Contento? ¿Por qué?- Juana pensó que Airam estaba contento porque volvería a ver a su padre.
-Estoy contento porque ya no seré un ignorante, voy a saber lo que es el cielo.
Juana sintió el peso del universo sobre su cuerpo y rompió a llorar.
-Mi escena se acabó, ahora los focos te iluminan a ti. Papá y yo te aplaudiremos desde el camerino...- dijo Airam con una voz fina y débil.
-Hijo mío, estoy muy orgullosa de ti, y siempre lo estaré. Te quiero.
Los ojos de Airam se cerraron, su madre le abrazó y, mientras sentía como el alma de su hijo se alejaba cada vez más, le dijo:
-Tú eres la estrella de esta obra, cariño, y siempre lo vas a ser. Todo el mundo te aplaudirá, y tú lo vas a escuchar desde el otro lado del telón. Desde el cielo...
Minutos más tarde, se confirmó la marcha de Airam. Desde entonces, la tumba del niño ha permanecido durante años llena de rosas rojas, y es que el público siempre alaba una buena actuación.
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Espero que os haya gustado la historia.
Y para vosotros, ¿Qué es el cielo?
Hasta pronto.